Allí vi un fenómeno propio de las películas de terror: del agua ascendía una pequeña neblina, cendales de humo blanco dotaban al lugar de un aire fantasmagórico.
Pero ni una contestación de su letra a sus repetidas cartas, ni un rizo de su cabello que besar, ni un blanco cendal de batista que humedecer con sus lágrimas.